Mujer venezolana por el mundo: "Dejar la casa de toda mi vida fue terrible"

Cuando Victoria Calderón era pequeña ya manejaba el término económico de inflación y estaba acostumbrada a que los precios de sus alimentos preferidos fueran diferentes de un mes a otro. Recuerda perfecto como a los 9 años recortaba titulares de diarios que anunciaban al nuevo Presidente Hugo Chávez para una tarea del colegio, pero le cuesta mucho recordar el día que tuvo que dejar su país. “Me acabo de dar cuenta que tengo bloqueados muchos recuerdos de mis últimos días en Venezuela”, me reconoce después de nuestra tercera entrevista.
Nació y creció en Valencia, una ciudad de 2 millones y medio de habitantes, ubicada a 200 kilómetros de Caracas. Vivió durante 24 años con sus padres y sus dos hermanas en la misma casa y con sus tíos y abuelos a pocas calles de distancia.
Recuerda una infancia tranquila y sin sobresaltos. Considera que antes de la llegada de Hugo Chávez al poder, su familia era de clase “media-alta”. Sus padres siempre tuvieron trabajo y era común que para las celebraciones familiares se juntaran todos alrededor de una parrilla, escena que hoy vuelve a su cabeza con nostalgia. Es el momento que más anhela y extraña de su vida en Venezuela.
Porque el año 2014, luego que Nicolás Maduro asumiera el poder y para ella “las cosas siguieran igual que cuando estaba Chávez”, fueron sus padres y su hermana menor los primeros en tomar la decisión de dejar el país para ir a vivir a República Dominicana. “Si me preguntas, no me puse triste porque nos íbamos a separar. Sé que puede sonar muy frío que tu familia se disperse, pero dada la situación sabes que es lo mejor, que no hay otra opción. La verdad es que en ese momento me alegré”.
Al sabido desabastecimiento, “incluso de la pasta de dientes”, se sumaba que con su sueldo de abogada le alcanzaba a comprar alimentos para 20 días del mes, “después de eso veías como te las arreglabas”, cuenta.
Fue ahí cuando ella también empezó a ver la posibilidad de irse de su país, porque además de la situación política y social, “ya no tenía amigos, ya todos se habían ido”. Su gran compañero y apoyo era su novio –actual marido-, con el que empezaron a ver distintas posibilidades para comenzar una nueva vida, distintos países a donde poder migrar. Las posibilidades, como en un catálogo, eran varias, pero finalmente se decidieron por España ya que las oportunidades laborales eran mayores.
Los meses previos a su partida fueron complejos. Siempre existía la posibilidad de que no le autorizaran los papeles que necesitan y por lo mismo prefirió no contar hasta el último momento: “cuando dices que te vas a ir fuera del país la gente siempre supone que tienes mucho dinero, al punto de producirse grandes robos y  hasta secuestros”, comenta.
Pero finalmente el 3 de noviembre del 2016 fue el gran día. Victoria se emociona por primera vez al recordar la despedida con su abuela, que supera los 90 años y a la que no sabe cuándo vuelva a ver: “ella no tiene consciencia de las distancias y no se da cuenta que viajar a España es prácticamente imposible para ella. Dejar mi casa de toda la vida también fue terrible. Estaba mi hermana mayor, mis suegros y mis tíos despidiéndonos y ahí me di cuenta que ya no tenía ese lugar donde nací y crecí. Ya no existía mi hogar”.
En el aeropuerto el nerviosismo aumentó. Habían tomado las precauciones comprando un primer vuelo desde Caracas a Santo Domingo, ya que por la cercanía a Venezuela era difícil pensar que ese viaje era para no volver. Aun así al salir tuvo que responder las preguntas insidiosas de la Guardia Nacional Bolivariana: dónde iba, por cuánto tiempo, cuánto dinero llevaba, dónde alojarían…
En la isla caribeña viviría otro de los momentos más complejos: la despedida definitiva con sus padres. Definitiva porque ahora las distancias se multiplicaron. Ella está arriba del mapa, sus padres en el centro y sus dos hermanas al final del mundo, en mi querido Chile. Que toda su familia vuelva a coincidir en algún lugar del mundo es un panorama difícil de completar en un futuro cercano.
Ya instalada en Madrid hace casi seis meses está empezando una nueva vida, “y aunque me ves siempre sonriendo estoy consciente de que he creado una coraza para que no me afecte todo lo que está pasando, todo lo que estoy viviendo”.
Reconoce no ver noticias porque para ella, “los medios de comunicación que cuentan los que realmente está pasando en Venezuela son Instagram, Facebook y Twitter”, y a pesar de los dramáticos testimonios que encuentra en las redes sociales es enfática en decir que “no podría decir nada malo de mi país. No te creas que no lo extraño, cada vez que escucho una canción de allá se me arruga el corazón”.
Es común para ella encontrarse con venezolanos conocidos en el metro de la capital española, a quienes no veía hace años y que también decidieron comenzar una nueva vida lejos de su natal Venezuela. Cuando escucha a alguien con su acento siempre existe una mirada cómplice “porque sé que están viviendo la misma sensación de despecho que estoy viviendo yo, esa sensación de que tuviste que dejar a alguien que amas sin que quisieras hacerlo, porque no existe otra opción”, concluye.
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Periodista: huellas de jujuy

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