Hace 55 años el mundo del cine descubría a Mary Poppins, la protagonista de una de esas historias que transmite felicidad y alegría por los cuatro costados. Da igual si eres niño, adolescente o adulto, su inyección de energía y buen rollo es bienvenida por todos los miembros del clan familiar. Sin embargo, nada que ver con la realidad. Mientras nosotros tarareábamos el ‘supercalifragilisticoespialidoso’ desde el sofá de casa, su protagonista Julie Andrews vivía una auténtica pesadilla. El inolvidable personaje creado por Pamela Lyndon Travers en 1934, y llevado a la pantalla por Walt Disney, le valió un Oscar a la mejor actriz por su impecable interpretación, pero también le costó la salud y una profunda depresión años después.
Teresa Aranguez,Cine 54; Así lo confiesa la actriz de 84 años en su biografía Home work: A memoir of my Hollywood years que acaba de aterrizar en las librerías. Escrita a corazón abierto con la ayuda de su hija Emma Walton Hamilton, Julie reconoce que el alto grado de perfección de sus personajes tanto en Mary Poppins (1964) como en la no menos entrañable Sonrisas y lágrimas (1965) provocaron en ella un nivel de angustia aterrador que le pasaría factura. “Esas tiernas primeras películas en mi carrera no ayudaron. Mary Poppins prácticamente perfecta en todo, aún no siéndolo”, expresó sincera al programa Good Morning America de Diane Sawyer en ABC.
Julie Andrews en 2013 |
Corría el año 1964 cuando una talentosa Andrews capaz de actuar y cantar como los ángeles se convertía en la niña mimada de Hollywood. Su carita de ‘yo no fui’ y mirada inocente le auguraban papeles dulces y melosos como el de Mary Poppins y María von Trapp, de Sonrisas y lágrimas, unas institutrices muy poco convencionales capaces de ganarse el amor de todos los niños en un tiempo récord con sus alocadas y traviesas ideas. El estreno de estas cintas en 1965 supuso su salto al estrellato. No sólo ganó dos Globos de Oro por ambos personajes, también se apoderó de los corazones del público que la consideraban como un miembro más de la familia. Todos esperaban de ella sonrisas, felicidad y dicha, ¿cómo iba a tener Mary Poppins un problema? Lo resolvería con su paraguas mágico.
Ese esfuerzo por ser la alegría de la huerta de puertas para afuera sumado a una infancia de padres alcohólicos y la pérdida de su voz en 1997 tuvieron como resultado una fuerte depresión de la que habla sin pelos en la lengua. Eso sí, sin drama ni detalles escabrosos como en las biografías de otras celebridades, lo aborda como un capítulo más en su vida que afortunadamente superó. Durante muchos años se resistió a abrirle la puerta a esta dura enfermedad que la andaba rondando y que su personalidad positiva no permitía entrar.
Tal y como cuenta en su libro y en el programa GMA, desde niña fue una especie de Mary Poppins cuyo destino era siempre rescatar y ayudar a los más débiles, empezando por su madre, una mujer “desesperada” a quien prometió ser una niña buena y hacer las cosas como Dios manda. El regalo de su voz, un talento único que le hizo cantar siendo apenas una niña de 12 años frente al rey de Inglaterra, le trajo sus primeros ingresos en la adolescencia con los que compró la casa familiar en la que vivieron. Cumplió la promesa de su mamá e hizo las cosas como se esperaba de ella, demasiado joven para tanta madurez y responsabilidad. ¿Pero quién cuidaba de ella? No tiene dudas en confesarlo, la música, a la que consideraba y todavía considera “pura alegría”. Ella fue su gran salvadora, la que le sacó a flote todos esos años y la que le convirtió en una estrella que sigue brillando hoy en día.
“No conozco a una mujer más fuerte que ella”, dijo su hija Emma al programa de ABC. Sus cinco hijos, dos de ellos adoptados en un orfanato de Vietnam, la consideran todo un ejemplo como mujer. Igual que lo hicieron sus dos maridos. Primero fue Tony Walton, su novio de la adolescencia y encargado de diseñar los trajes de Mary Poppins con quien estuvo casada ocho años y del que tuvo a su hija y mano derecha en este libro. Los viajes, los compromisos profesionales y todo lo que conllevaba la fama impidieron que el matrimonio prosperase pero Julie sólo guarda gratos recuerdos de él, algo poco usual en los normalmente escandalosos divorcios de Hollywood. El amor volvería a llamar a su puerta poco después, esta vez para siempre. Como si de una película se tratara, todo ocurría en plena calle, donde tropezaría, no precisamente por casualidad, con el hombre más importante de su vida, Blake Edwards, director de la mítica Desayuno en Tíffany’s y las películas de La Pantera Rosa. Todo parecía un cuento de hadas y de alguna manera lo fue pues su amor se mantuvo vivo hasta la muerte del cineasta en 2010 debido a una neumonía.
Pero una vez más, nuestra querida Julie ejerció casi más de madre que de esposa. La ansiedad, los pensamientos suicidas y, especialmente, la ansiedad de Blake fue uno de los capítulos más oscuros y tortuosos de su relación. Un dolor de pecho, de espalda, incluso una gripe, suponían una tragedia para el director que recurría inmediatamente a su entregada esposa para que le salvara del vacío. De nuevo la actriz abría su gran bolsa de recetas y soluciones mágicas para rescatar a los demás, en esta ocasión, detrás de las cámaras. “Estaba muy acostumbrada a ese papel porque había hecho lo mismo con mi propia familia así que me convertí en lo mismo con Blake”, reconoce la artista cuya mirada siempre mantuvo ese aura de tristeza. Así fue desde que se casaron en 1969.
Demasiada carga emocional a sus espaldas que no le impidió seguir trabajando y formar el mejor equipo con su esposo. Cumplidos los sesenta se atrevió con el musical Victor Victoria basado en la película que había dirigido su marido una década antes y por la que también se llevó a casa el Globo de Oro como mejor actriz. En 1995 era Broadway quien caía rendido a sus pies con este musical magistralmente escrito y dirigido por Blake. Todo iba a las mil maravillas hasta que esa voz que nos hizo soñar durante tantos años se apagó definitivamente. Las ocho representaciones semanales y la mochila que Julie llevaba a cuestas desde hace tanto tiempo fueron el detonante. La cantante entró en el quirófano donde le retiraron un quiste de las cuerdas vocales y con él parte de su vida. “Cuando desperté de la operación, mi voz se había ido y entré en depresión, sentí que había perdido mi identidad”, expresó a la publicación AARP en una reciente entrevista. Su espíritu luchador y guerrero permitió que la pena se quedara por mucho tiempo. Su cabecita inquieta y ese corazón de dimensiones estratosféricas comenzaron a hacer de las suyas una vez más. Fue así como junto a su hija Emma, su gran pilar, empezaron a escribir libros para niños.
“¿Que si echo de menos cantar? Sí, mucho”, ha asegurado sincera. A pesar del dolor y la tristeza de la actriz por lo sucedido reconoce que está feliz de haber encontrado “otra vida”. Una con menos peso sobre los hombros y más paz en su alma. Así es Julie, una mujer todoterreno que siempre respondió a los golpes de la vida con una sonrisa. Eso sí que es magia, no la de Mary Poppins.
FUENTE :TERESA ARANGUEZ, CINE 54