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Las líderes Tarcila Rivera Zea, de Perú (Foto: Chirapaq), Lottie Cunningham Wren, de Nicaragua (Foto: Joe Jenkins/Right Livelihood Award) y Rosalina Tuyuc, de Guatemala (Foto: ONU Mujeres/Ryan Brown) |
"No me gusta la victimización. Las mujeres indígenas no podemos presentarnos siempre como las pobrecitas, las que no sabemos, no podemos", dice la peruana Tarcila Rivera Zea, quien encabeza el Foro Internacional de Mujeres Indígenas.
"A eso nos llevó la negación de oportunidades, pero
cuando levantamos esa barrera, tenemos todas las capacidades para
desarrollarnos y aportar a la economía de la familia y del país".
Y mucho más. En las últimas décadas, han conquistado
múltiples espacios y son muchas las que con sus liderazgos han tenido un
impacto clave en sus comunidades y países.
En el Día de la Mujer, las luchas y aportes
de tres de ellas.
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"Ha sido un gran privilegio trabajar con Rosalina Tuyuc por muchos años", dice Adriana Quiñones, representante en Guatemala de ONU Mujeres. (Foto: 2016) |
Con la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala
(Conavigua), "puso en la agenda global lo que estaba pasando" en su
país.
"Ellas empezaron la búsqueda de desaparecidos y poco a
poco le dieron a conocer al mundo fosas comunes y matanzas de miles de
personas".
Se estima que el conflicto armado en Guatemala (1960-1996)
dejó aproximadamente 200.000 muertos y 45.000 desaparecidos.
"Como ningún gobierno se ha comprometido con las
víctimas del genocidio para buscar a los desaparecidos, las mujeres tomamos un
azadón, una piocha, para escarbar en los cementerios clandestinos y buscar a
nuestros padres, esposos, hijos", le señala Tuyuc a BBC Mundo.
"Es duro abrir una fosa clandestina y no encontrar al
familiar, pero una de las grandes satisfacciones es ayudar a otras familias a
encontrar a sus muertos".
Además de la exhumación de cadáveres, el proyecto que lidera
Tuyuc ha construido un monumento en honor a esas víctimas.
"En la cosmovisión maya no puede haber descanso hasta que haya un entierro apropiado y ella le ha dado esa paz a más de 300 familias", señala Quiñones.
En 1982, el padre de Tuyuc fue secuestrado y desapareció. Lo mismo sucedió, tres años después, con su esposo.
Cuando pensaba que ya "no podía aguantar más dolor", sacó fuerza y, en 1988, ayudó a crear Conavigua.
Atreverse
Pero el de los desaparecidos no fue el único trauma que
Tuyuc quiso ayudar a enfrentar.
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En el interior del monumento, Tuyuc coloca su mano sobre el nombre de su padre, Francisco Javier Tuyuc Bal, quien desapareció durante el conflicto armado. |
"Hubo mujeres que vieron que sus familiares eran torturados y asesinados, otras que vieron cuando violaban a sus hijas, de 5, 8 años o señoritas, o cuando violaban a sus madres", cuenta la líder.
Muchas otras "se sentían avergonzadas, culpables de la violación que sufrieron una y otra vez por los militares, por grupos paramilitares".
En los primeros años "la principal lucha era defender
la vida y detener las masacres y persecuciones", ya organizadas comenzaron
a "preparar mental y espiritualmente a las mujeres para hablar, recordar
horas, días, responsables".
"En los años 90, tocamos las puertas de la Justicia.
Fuimos 32 mujeres mayas que se atrevieron a dar sus nombres y sus caras a los
tribunales para denunciar a los agresores de la violencia sexual y de otros
delitos".
Califica de "muy valiente" ese "peregrinaje"
de las mujeres.
"No sólo era hablar del esposo y del hijo
desaparecidos, de la quema de la casa y la cosecha, sino de lo que a ellas les
pasó".
La ONU destaca esa dolorosa apertura.
Romper el silencio
"Es gracias a esas luchas que muchas mujeres han roto
el silencio y que Guatemala tiene una de las sentencias más emblemáticas sobre
violencia sexual en el conflicto", indica Quiñones.
En 2012, un grupo de mujeres se movilizó en Ciudad de Guatemala para protestar contra la violencia de género y para recordar a las víctimas del caso de la base militar Sepur Zarco.
Se trata de la sentencia de Sepur Zarco, nombre de la
comunidad donde hubo "un destacamento militar que esclavizó sexualmente,
por seis años, a un grupo de mujeres mayas q'eqchi'".
Tras más de 15 años de lucha, las víctimas consiguieron una
sentencia con 18 medidas de reparación, "algo inédito en Guatemala y en el
mundo".
Conavigua estima que alrededor de 60.000 mujeres sufrieron
violencia sexual durante el conflicto.
Aunque "a partir del año 2000 muchas mujeres se
abrieron más porque se les apoyó y se les ayudó a entender que no fue su culpa
—cuenta Tuyuc—, hay varias que fueron violadas y que nunca aparecerán en las estadísticas".
"Y siempre las recordaremos con mucha dignidad".
Para los guatemaltecos
En 1995, Tuyuc fue electa diputada del Congreso de Guatemala
y en 2004 presidió la Comisión Nacional de Resarcimiento para investigar los
delitos cometidos durante la guerra civil.
"De aquí exhumamos 226 cuerpos, 173 de ellos no fueron identificados", dijo Tuyuc, en un reportaje de ONU Mujeres publicado en 2019.
"Generó coaliciones importantes y ayudó a construir
toda esa institucionalidad que vino después de los acuerdos de paz. Eso fue
para todos los hombres y mujeres de Guatemala".
Esa trascendencia la refleja la periodista Lucía Escobar en
una columna de opinión del Periódico, titulada "Rosalina,
imprescindible".
"A ella le debemos el fin del reclutamiento militar
forzoso que afectó negativamente a generaciones enteras de adolescentes
indígenas que fueron obligados a entrar en el ejército", se lee en el
artículo.
Y Tuyuc se enorgullece de ello, aunque no habla en primera
persona: "Hemos contribuido a la desmilitarización de la sociedad. Fuimos
las mujeres las que defendimos la voluntariedad del servicio militar".
"Hoy la juventud se siente libre de caminar, pero
durante muchos años no fue así".
Y es que en pleno conflicto, evoca Quiñones, "niños y
jóvenes, reclutados forzadamente, tuvieron que cometer crímenes atroces".
Más que una huella
Conavigua posee una escuela para diferentes niveles y
edades.
En los 90, cuenta Tuyuc, "fue sorprendente ver cuántas
abuelas de 50, 60 años" querían aprender a leer y escribir.
"Ya no sólo ponen su huella", cuenta.
La formación incluye liderazgo y empoderamiento de niñas y
mujeres.
"Con esta pandemia, sin la agroecología comunitaria no
hubiésemos podido sobrevivir. Cuando el gobierno decretó el confinamiento, el
conocimiento y el trabajo agrícola de las mujeres sirvieron para alimentar a
las familias".
Los programas de la organización llegan a más de 40
comunidades. "Poco más de 5.000 mujeres siguen adquiriendo confianza y
participando".
Y es que como ella lo plantea: no sólo le perdieron el miedo
a reclamar, sino a la muerte, que vieron de "cerca".
Tuyuc —dice Quiñones— "es una luz para todas las
mujeres".
Tarcila Rivera Zea, de lo local a lo global
En esta foto de 2017, como presidenta del Foro Internacional de Mujeres Indígenas, Rivera ofrecía una rueda de prensa en las Naciones Unidas, en Nueva York.
"Una vez, un embajador de Finlandia me invitó a una
cena a su casa y me dijo: 'Ponte acá junto a mi esposa'. Le pregunté por qué, y
me respondió: 'Porque te voy a presentar a tu sociedad'"
"Iban llegando los ministros, las personalidades de Lima, y les decía: 'Tarcila Rivera Zea es quechua, una lideresa muy conocida, lástima, internacionalmente y no en el Perú'".
Eso sucedió hace 20 años y aunque hoy es considerada una
destacada líder indígena en su país, Rivera dice que aún falta para la
normalización: "Nuestras sociedades son fragmentadas. Por eso, ponemos
sobre la mesa las diversas expresiones del racismo".
"El racismo, visto como un ejercicio de poder frente al
otro —seas mujer, indígena o tengas otra característica—, se convierte en una
forma de discriminación".
"Persona peligrosa"
La líder ha trabajado por los pueblos indígenas de Perú
desde los años 80, una década marcada por un conflicto armado que, en casi 20
años, dejó unos 69.000 muertos y desaparecidos.
El conflicto interno de Perú marcó con muerte, desapariciones, violaciones, desplazamientos, a muchas comunidades indígenas.
"Para el ejército, los indígenas éramos terroristas y
para Sendero Luminoso, éramos los lacayos del imperialismo", recuerda.
"No podíamos hablar, yo tenía prohibido ir a mi
comunidad" porque para ambos bandos. "Era (considerada) una persona
peligrosa".
"Hubo comunidades desplazadas, desaparecidos,
perseguidos, asesinados y en ese proceso, las mujeres perdimos mucho: (hubo)
niñas y mujeres "terriblemente abusadas".
En 1985, para proteger a niños quechuas cuyos padres habían
sido asesinados, fundó la organización Chirapaq.
Con sus comedores, ayudó a su nutrición, a reafirmar su
identidad cultural y su autoestima, reconoce el Fondo de Naciones Unidas para
la Infancia (Unicef).
"Quienes participaron de esta experiencia son hoy
padres de familia y líderes positivos para sus comunidades", añade el
organismo.
"Las violencias"
Al inicio de los 90, Rivera sentía que, pese al esfuerzo de
las mujeres, el movimiento indígena las excluía.
Decenas de niños indígenas quedaron huérfanos durante el conflicto armado de Perú. Chirapaq, la organización fundada por Rivera, le brindó asistencia a un grupo de ellos.
"Éramos totalmente invisibles porque no había
liderazgos claros y, si había, eran masculinos".
"Ahora no. Hay muchas mujeres de diferentes partes del
país que aunque no sepan castellano, leer y escribir, expresan lo que no es
correcto, lo que debe cambiar. Levantan su voz por la Justicia, por el respeto
a la vida, a la naturaleza".
Para alcanzar esta nueva realidad, Rivera y su generación
fueron fundamentales.
"Estamos contra el embarazo adolescente y la violencia
sexual de las niñas en las escuelas. Todavía hay países donde niñas de 12 años
forman pareja o son entregadas".
"Las que presencian ese tipo de aberraciones ya son capaces de decir que es incorrecto, que no queremos eso para nuestras niñas".
Denuncia "las violencias" porque no sólo es la
violencia doméstica y sexual, sino la institucionalizada, la que las excluye,
por ejemplo, de políticas públicas o la que las despoja de sus territorios y
recursos naturales.
Actores económicos
A lo largo de las décadas, Rivera ha llevado planteamientos
y propuestas de las indígenas de la región a instancias internacionales.
Rivera ha recibido reconocimientos en su país así como también de Unicef, la Fundación Ford y la Fundación Sacred Fire por su contribución a la defensa de los derechos de los pueblos indígenas.
En 1995 participó en la Conferencia Mundial de la Mujer en
Pekín, que —según la ONU— fue "un importante punto de inflexión" para
la agenda de igualdad de género.
Rivera Zea es presidenta de Chirapaq, presidenta del Foro
Internacional de Mujeres Indígenas y Coordinadora del Enlace Continental de
Mujeres Indígenas de las Américas, y entre 2017 y 2019 fue miembro del Foro
Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas.
"Desde sus múltiples pertenencias y espacios de
influencia, el liderazgo de la señora Rivera Zea ha sido primordial para
visibilizar y posicionar a las mujeres indígenas como agentes de desarrollo y
actores políticos con voz propia", le indicó BBC Mundo Barbara Ortiz,
especialista de la Oficina Regional de ONU Mujeres para las Américas y el
Caribe.
En Chirapaq, la líder también impulsa el empoderamiento
económico de las mujeres.
En la pandemia, junto a ONU Mujeres, ha implementado una iniciativa
que brinda asistencia técnica e insumos para biohuertos y sistemas de riego
para mejorar "la seguridad alimentaria de más de 800 familias",
señaló Ortiz.
"Las hermanas"
Cuando Rivera salió de su comunidad, tenía 10 años y no
hablaba castellano.
El trato que recibió como empleada doméstica la marcó. Dice
que le surgió "una especie de rebeldía" y un ansía por aprender a
leer y escribir.
Cuando sus padres perdieron a su hermano recién nacido, no
pudieron solicitar que se investigara su muerte, porque no hablaban castellano.
"Mi madre murió analfabeta, con un cáncer de ovario.
Nunca creyó en los médicos".
Al hablar de derechos sexuales reproductivos o de la salud
de las mujeres, sugirió incluir la diversidad cultural.
"Si las políticas que se dan a nivel global no bajan a
cambiar la situación en nuestros lugares, no tienen sentido. Esa es la
filosofía con la que he tratado de contagiar a las hermanas".
Lottie Cunningham, la abogada de la tierra
"Hemos sufrido pérdidas continuas de territorios y eso ha provocado un desplazamiento forzoso", señala Cunningham.
Una de las ideas más esclarecedoras que he escuchado sobre
cómo ven la tierra las comunidades indígenas me la dijo Lottie Cunningham,
cuando recordó su participación en la primera causa judicial sobre derechos
colectivos de los pueblos indígenas de Nicaragua ante la Corte Interamericana
de Derechos Humanos (Corte IDH).
"El presidente del Consejo de Ancianos me dijo: 'Por
ser mujer, vamos a confiar en usted porque la tierra es la Madre Tierra, pero
no estamos de acuerdo con el lenguaje de demarcación y titulación.
Nosotros queremos un título como un todo porque si vos
hablás de demarcación es como si vos tuvieras tu cuerpo y empezás a desmembrar
tus brazos, tus piernas, tu cabeza… Y no, la Madre es un todo, es un cuerpo, por
eso no creemos en la demarcación porque queremos tener siempre unida a la
familia indígena'".
Cunningham, del grupo indígena miskito, combinó las
enseñanzas de sus antepasados con sus conocimientos de historia y derecho para
presentarle su perspectiva a la autoridad indígena.
"Le dije: 'En esta ocasión necesitamos tratar de tener
un control sobre nuestras tierras y para eso tenemos que utilizar algunos
términos del lenguaje occidental, sin quebrantar los principios y los derechos
humanos de los pueblos indígenas'".
La justicia
Y es que en 2001, la Corte IDH había emitido una sentencia a
favor de la comunidad Awas Tingni, en la que declaró que el Estado, tras
otorgar una concesión maderera sin su consentimiento, había violado sus
derechos.
Cunningham ha llevado los planteamientos de las comunidades indígenas de su país a la Corte Interamericana de los Derechos Humanos. (Foto: 2019)
Se le ordenó a Nicaragua demarcar y titular los territorios
indígenas y Cunningham inició el trabajo para implementar dicho dictamen.
No sólo fue clave en la presentación del caso, sino en
negociaciones posteriores entre los indígenas y el Estado.
Ese proceso y la sentencia "han sido citados a menudo
por otros grupos indígenas en procesos judiciales por derechos humanos o
derechos de propiedad de la tierra y han contribuido al avance de los derechos
territoriales de las comunidades indígenas en todo el mundo", señala la
Fundación Right Livelihood Award, que le concedió en 2020 el llamado Nobel
Alternativo.
Y es que, como le dijo Cunningham a la DW, "por primera
vez en la historia, una corte dictó una resolución con una interpretación
evolutiva, donde reconoce el derecho de la propiedad colectiva, con una
perspectiva en la que prevalecen el uso y tenencia de la tierra desde la
cosmovisión indígena".
La enfermera
Antes de ser abogada, Cunningham fue enfermera por 10 años,
hasta que se dio cuenta de que no tenía "espacio para incidir en políticas
públicas a favor de los pueblos indígenas".
Al consultarle a los líderes indígenas sobre la situación en sus comunidades, apareció como prioridad la defensa de sus territorios.
Y en 1997, se dio cuenta de algo:
"La primera vez que me reuní con unas comunidades, me
sorprendió estar en un aula de escuela sólo con hombres".
Las mujeres, afuera, procuraban escuchar.
"Pregunté por qué no había mujeres adentro y me dijeron
que las mujeres no eran las que atendían lo relacionado con la defensa de la
tierra".
"¿Y qué soy yo?", cuestionó. "¿Por qué hay
confianza en mí y no en ellas que son sus madres, esposas, hijas?".
"Me dijeron que mi situación era diferente y les dije
que no, que era indígena y que en la próxima reunión quería ver a 10 mujeres
junto a los hombres".
Así empezó un proceso difícil, pero que ha dado frutos.
"Lo más bonito es acompañar a las comunidades, escuchar
a las mujeres y empoderarlas", no sólo para que participen en la toma de
decisiones sino en actividades productivas.
Los riesgos
En 2003, Cunningham creó el Centro por la Justicia y
Derechos Humanos de la Costa Atlántica de Nicaragua (Cejudhcan).
En su discurso de aceptación del Nobel Alternativo, dijo que
los pueblos indígenas y afrodescendientes de su país viven en 304 aldeas.
"El 90% de nuestros territorios enfrenta la invasión
masiva de colonos, la mayoría de ellos acaparadores de tierras armados. Estos
colonos talan nuestros bosques, extraen nuestros minerales y crían ganado en
nuestras tierras.
Están expulsando a mi gente de sus tierras de cultivo y de
sus aldeas, donde solían realizar actividades tradicionales como la caza, la
pesca y la recolección de plantas medicinales".
Cunningham le cuenta a BBC Mundo que ha temido por su vida.
En 2017, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le
solicitó al gobierno de Nicaragua que adoptara "las medidas
necesarias" para garantizar su vida e integridad personal y para que
"pueda desarrollar sus actividades como defensora de derechos humanos sin
ser objeto de actos de violencia, amenazas y hostigamiento".
Esa instancia, decía en 2018, "observa que los graves
hechos de violencia que han tenido lugar en la región de la Costa Caribe Norte
han incluido presuntos secuestros, asesinatos, agresiones sexuales, amenazas,
incendios de viviendas, robos, emboscadas y ataques a pobladores".
En 2020, volvió a expresar su preocupación.
Más allá de Nicaragua
El Nobel Alternativo le fue otorgado "por su incansable
dedicación a la protección de los territorios y las comunidades indígenas
frente a la explotación y el saqueo".
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Cunningham en la ceremonia de premiación de los Right Livelihood Award, celebrada en diciembre de 2020. |
"La lucha de Lottie no es solo por su gente y su tierra, es una lucha por todos nosotros, y aun así ellos son los más afectados por el acoso y la violencia que impulsa la codicia", le dice a BBC Mundo Kajsa Overgaard, subdirectora de la fundación sueca.
Y también por "los huracanes y las inundaciones, que
son el resultado de nuestra forma de vivir y nuestros patrones de
consumo".
"Si el mundo occidental, cuando conoció por primera vez
a las comunidades indígenas, hubiera escuchado realmente a mujeres como Lottie
y hubiera aprendido a vivir en armonía con la Madre Tierra, habríamos evitado
las crisis climáticas de hoy".
"Pana pana en miskito significa solidaridad y quiere
decir que tenemos que vivir de forma colectiva, actuando juntos, pensando en
comunidad, no en el lucro".
"¿Podemos empezar a escuchar atentamente y aprender de
líderes indígenas sabias como Lottie?", se pregunta Overgaard desde
Suecia.
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